INTUICIONES Y FIRMES DE CARRETERAS
La heurística de la estructura requiere el conocimiento intuitivo de su etopeya resistente y la de los materiales que la constituyen.
Eduardo Torroja (1899-1961)
Gerd Gigerenzer (Wallersdorf, 1947) es un psicólogo del instituto Max Planck de Berlín, autor de un interesante libro titulado “Decisiones instintivas. La inteligencia del inconsciente”, donde defiende que el recurso a la intuición constituye una estrategia racional y, con frecuencia, exitosa. En sus propias palabras, la mente se adapta y economiza al basarse en el inconsciente, en reglas generales y en facultades evolucionadas. Más información, incluso más pensamiento, no siempre es mejor, y menos puede ser más.
Gigerenzer muestra las ventajas de lo que denomina un grado beneficioso de ignorancia con diversos estudios: en uno de ellos encontró que los universitarios alemanes respondían con más acierto que los estadounidenses la pregunta de si Detroit tiene más o menos población que Milwaukee; en otro, que unas amas de casa eran capaces de efectuar, repetidamente, mejores inversiones bursátiles que un grupo de estudiantes del último curso de una facultad de ciencias económicas, quienes, a su vez, superaron los resultados obtenidos por varios reconocidos expertos. Estos y otros ejemplos le llevan a concluir que un cierto grado de desconocimiento permite tomar decisiones acertadas utilizando un número de criterios muy reducido (la heurística del reconocimiento, en los dos estudios citados) y sin necesidad de sopesar cuidadosamente los beneficios de todas las alternativas posibles con arreglo a sus respectivas probabilidades (Gigerenzer, 2007).
Según Gigerenzer, pues, la intuición puede llegar superar el pensamiento más racional, seguramente sorprendiendo a quienes hemos sido educados para basar nuestras decisiones en resultados de cálculos. O, tal vez no tanto, si recordamos que nuestro maestro de maestros, Eduardo Torroja, parece compartir ideas similares cuando nos propone concebir y trazar las estructuras prescindiendo de todo lo accesorio y, en especial, de todo lo que representa un proceso o un valor numérico. Refiriéndose siempre a una intuición experimentada, a un fondo intuitivo resultado de un poso íntimo de estudios y experiencias, en “Razón y ser de los tipos estructurales”, Torroja sostiene que el ingeniero debe intuir cómo trabajan las estructuras y cuál sería su forma de rotura porque el cálculo no es más que una herramienta para prever si las formas y dimensiones de una construcción son aptas para soportar las cargas a que ha de estar sometida (Torroja, 1976).
Descendiendo ahora (nunca mejor dicho) al ámbito de los firmes y los pavimentos podemos preguntarnos: ¿cuánto o cuándo valen aquí las decisiones instintivas de Gigerenzer o la intuición experimentada de Torroja? Diseñando, construyendo y rehabilitando firmes de carreteras ¿hacemos uso, consciente o inconscientemente de algún tipo de corazonada? De estas cuestiones pretendo tratar a continuación reconociendo, por supuesto, mi osadía. Sin embargo, y para mi tranquilidad, creo que no discreparé tanto de los ilustres Torroja y Gigerenzer como de quienes parecen prescindir de los posos íntimos o de los fundamentos reclamados por estos mismos autores para intuir con ciertas posibilidades de éxito.
1. DIMENSIONAMIENTO Y CONSTRUCCIÓN DE FIRMES
Insistiendo en su defensa de la intuición, Eduardo Torroja mantiene que, además de estudiar la teoría y el desarrollo de los cálculos, hay que meditar y experimentar hasta llegar a sentir como algo propio, natural y congénito los fenómenos de tensión y deformación. Y aquí tengo que manifestar mis primeras dudas, cuando se trata de dimensionar firmes de carreteras, porque después bastantes años de meditaciones y experimentos, y de haber calculado algunos cientos de secciones, sigo siendo incapaz de alcanzar esa manera de sentir. Aunque es posible que mi falta de imaginación sea la primera causa (sospecho que mi esposa estará bastante de acuerdo con esta idea), el caso es que me veo demasiado lejos de intuir los fenómenos de tensión y deformación, o las formas de rotura de una estructura de firme, con la misma claridad y convicción con que se prevé la caída de una piedra en el espacio o el impulso ineluctable que empuja la flecha al salir del arco de la ballesta (Torroja, 1976)
Supongo que estas dificultades también deben de tener algo que ver con la complejidad de los materiales bituminosos frente a la simpleza del hormigón, el acero u otros elementos constructivos a los que se aplica la teoría de la resistencia de materiales. Además, al contrario que las estructuras de hormigón y acero, las constituidas por capas bituminosas presentan un comportamiento muy dependiente de la temperatura y del tiempo de aplicación de las cargas, y una respuesta visco-elasto-plástica evolutiva muy afectada por las condiciones de contorno (clima, características de la explanada, condiciones de drenaje en el conjunto firme, grado de unión entre sus capas, etc.). Sin duda, las distribuciones de tensiones y deformaciones en el seno de un firme, elástico en el mejor de los casos, y habitualmente asimilado a un macizo multicapa de Burmister, situado sobre un espacio semi-infinito de Boussinesq, son menos intuitivas que las que se dan en una estructura asimilable a un conjunto de piezas prismáticas, una de cuyas dimensiones es predominante.